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miércoles, 29 de agosto de 2012

REALIDAD O FICCIÓN.




La mañana había amanecido lluviosa, pero no era de extrañar, en tres semanas no habían visto los rayos del sol en el pequeño pueblo de Suiza. Susan había descorrido las cortinas, para después volver a correrlas. En su mente se había grabado el sonido de las gotas cayendo sobre el alfeizar de la ventana, se había acostumbrado a ese calor bochornoso que se instalaba en su piel desde bien entrada la mañana, los pájaros entonaban unos cánticos demasiado tristes para su gusto, pero muy al pesar de Susan empatizaban de maravilla con su estado de ánimo. Alcanzó las botas de media caña que se calzaba cada mañana y repitió el mismo proceso que el día anterior, vigilando que el pantalón del pijama, color azul, quedase por dentro para mantenerla calentita. Para no romper con la rutina cogió el lápiz que descansaba en la mesita de noche e hizo un malabarismo para recoger su melena castaña en un medio moño, que a ojos de los demás no presentaba ninguna dificultad de ejecutar, pero que a ella le ha costado siete meses de práctica. Su chaqueta de lana colgaba del cabecero de la cama, dio un leve salto y la anudó rápidamente a su cintura. Tropezó con la alfombra ribeteada en todos granates pero consiguió mantener el equilibrio, de nuevo, como cada mañana. Se dirigió a  la pequeña cocina, pasó la mano por la madera húmeda ya de tanta lluvia, cansada, igual que ella, inspiró su aroma y se obligó a regresar a su realidad. Puso la cafetera en marcha mientras se juraba que esa mañana no quemaría las tostadas de nuevo, cogió una taza del armario y se sirvió el café mientras decidía regalarle un par de minutos más a las tostadas. Ya no se molestaba ni en coger paraguas, en su porche varios charcos se habían instalado a vivir, invitando con ellos a un par de ranas a las que Susan les prometía comida si algún día se convertían en su irónico príncipe azul. Se sentó en el banco y encogió las piernas, acercándose las rodillas a la barbilla y creando círculos en el café mientras soplaba, sin intención alguna de enfriarlo. Se repetía una y otra vez si había perdido la ilusión por la vida, pero al momento se recordaba que solo estaba viviéndola de otra manera, de una manera que le dolía cada vez que respiraba y que solo la ausencia conocía, una vida en que la soledad iba acompañada de la rutina. Siempre quiso ser escritora, cuando vivía en Nueva
York escribía para la columna de sociedad del New York Times, sociedad… como le gustaba ese termino en su particular diccionario, vivía por y para las personas, y ahora solo vivía para una en concreto, ella misma, y se le habían acabado las excusas para empezar a hacerlo bien. Las manos de Susan se habían deteriorado de escribir a mano a diario, como echaba de menos su ordenador, era lo que más encontraba a faltar, tenía miles de hojas escritas, miles de historias empezadas, y una acabada, la única de la que verdaderamente no sabía el final. Sus pensamientos se interrumpieron al darse cuenta de que su cuerpo había tenido un escalofrío, y eso jamás le había pasado desde que llegó a Suiza buscando paz, el frío no la había echo estremecerse nunca, por eso percibió enseguida la sombra que cruzó el conjunto de árboles que había enfrente de su humilde casa. Susan guardaba una escopeta dentro de su armario, fue lo primero que se le cruzó por la cabeza, luego observó al gato que cruzaba frente a ella y se relajó mientras cerraba la puerta tras de si. Se sentó en el sofá, degustando el café frío y retomando las hojas del día anterior, sustituyó el lápiz de su cabeza por una pinza y empezó a redactar como cada mañana, entonces fue cuando le llego el olor y supo que la escopeta no iba a ser necesaria, pero que las imaginaciones nunca le fallaban. No quiso levantar la cabeza, no quiso mirarle a los ojos, no quiso sentir su temor ni llorar su sonrisa desvanecida. Fijó la vista en sus botas de montaña y en sus vaqueros rasgados, se fijó en la manera en que ensuciaba su suelo de madera con el barro adherido a la suela de las botas y la bolsa, la pequeña bolsa que descansaba en el suelo de color azul, igual que su pijama, se obligó a levantar los ojos del papel para encontrarse con un rostro que había envejecido desde hacía un año, con un sentimiento de presión en el pecho que le cortaba la respiración, pero aunque todo eso la mataba por dentro solo pudo formular una pregunta.

-¿Cómo me has encontrado?
-Des de luego no porque dejaras una dirección que consultar.- Aseguró el hombre.

Susan se incorporó y contemplo las arrugas que surcaban el contorno de sus ojos, la sonrisa torcida, pero lo que más la inquietaba era el gesto de sus manos, no las tenía acompañadas de sus brazos en jarra, estaban en los bolsillos del pantalón, donde nunca habían estado.

-Pues entonces te subestimé. –Aclaró ella.
-¿Y ahora que estoy aquí no piensas invitarme a una cerveza? –Que fingiese que su ritmo cardíaco se había acelerado un 200% no significaba que no estuviese sucediendo.
-No, no puedes aparecer aquí como si nada, ¿Qué quieres? –Le escruto Susan.
-Respuestas. –Contestó sereno.
-Pues estás en el lugar equivocado.
-Susan ha pasado mucho tiempo, no puedes esconderte aquí toda tu vida…-Se acercó lentamente a ella, para retirarle el pelo castaño que tanto le gustaba, pero enseguida rehusó su movimiento.
-¿Esconderme? ¡Le disparé a un hombre Clark! Me dejaste sola y me obligaste a disparar, ¿crees que me escondo de lo que hice? ¿Qué me escondo de ti? ¡Me escondo de la persona que no soy yo, yo no dispare, no pude ser yo… -Había pasado tiempo, pero no había mañana que no recordase el brusco sonido de la bala en la pechera de aquel hombre, sin darse cuenta, una lágrima rodó por su mejilla solitaria. Por una extraña razón el llanto no había acudido a Susan desde que se mudó a su nuevo habitat, y ahora, él aparecía y volvía la persona a la que ella tenía miedo, ella misma. Clark la agarró por los hombros y la apretó suavemente contra su pecho, dejando que llenara su camiseta de lágrimas. Seguía oliendo de maravilla.

-Escúchame Susan, ese hombre era culpable. Segundo, ésta eres tu, no tienes dos “yo” paralelos, eres una misma persona refugiada en sus botas desgastadas y su sonrisa medio torcida. Yo no te abandoné, tú te fuiste. He sido un estúpido por no volver a ti en cuanto no me devolviste la primera llamada, y fui un iluso por creer que volverías, pero no aguantaba más sin ti. Pudiste elegir joder, te dejé elegir y aceptaste, ¡nadie te puso una puñetera pistola en la sien para que me acompañases! –La acusó.
Susan se despegó de su cuerpo y le miro a los ojos.

- ¿Quién te crees que eres para venir aquí y soltarme todas esas palabras? ¿Se supone que has venido a alterar el ritmo de mi vida, otra vez? Cogí esa pistola por ti, porque te quería, porque creía que todo acabaría rápido, pero no, mientras yo apuntaba al corazón de un tío con un arma tú hacías planes para cenar con otra.

-No estaba haciendo ningún plan que no fuera llegar a un acuerdo para sacarte de debajo de esa maldita camioneta y meter a Sara en tu lugar. Me la jugué llevándote conmigo y luego me volví a jugar mi propio trasero intentando que una de las polis de vigilancia se pusiera en tu lugar, todo fue una insensatez, ¿te crees que pude pensar con claridad? Ese tío nos estaba esperando, cualquiera de todos los que estábamos allí teníamos la orden de disparar, todos menos tu, ¡te di la pistola para mantenerte a salvo, nunca creí que lo harías!
-¿Y que te matara de un tiro a ti? Clark vete por favor, aquí tengo mi tranquilidad, no hay tiros ni sospechosos, no estás tu… - Dijo Susan.
-¿Me tienes miedo a mi? –Ya no aguantaba más, se acercó a ella de nuevo y la besó allí mismo, le rodeo la cintura con una mano, y le susurro al oído.
-No puedes tener miedo del que daría la vida por ti, perdóname Susan, renunciaré a mi cargo, me quedaré contigo a ordeñar vacas. – Le aseguró, y obtuvo la respuesta que esperaba, una silenciosa risa en medio del llanto.
-No ordeño vacas… quiero volver a casa, a mi casa en la ciudad.
-Por supuesto nena, en breves estaremos allí, todo está preparado.- Y volvió a besarla.
 -¿Y porque te has traído una bolsa con ropa y demás, si sabías que volvería contigo hoy mismo?
-Uno es previsivo, en esa bolsa solo hay una manta por si tenía que dormir en el porche esperando a que me abrieras la puerta. –Dijo mientras sonreía.
-Esa era mi primera opción.
-¿Y la segunda? –Pregunto Clark curioso.
-Decirte que te quería.- Y esta vez fue ella la que cubrió la  boca de él con sus propios labios.
-Me gustan las segundas opciones.-Afirmó.
-Y a mi las segundas oportunidades.

Susan y Clark volvieron al origen de todo, al estudio donde su ordenador y su máquina de escribir la recibieron con buena gana. Allí, él no tuvo que renunciar a su misión en el cuerpo de policía y ella se armó de valor y publicó su historia. Aunque había pasado tiempo y los sentimientos entre ambos no cambiaron hubo algo que Susan no pudo abandonar de aquel prado verde, las botas de montaña y su taza matutina de café, al igual que el olor de la lluvia, seguían con ella.

-Y fin, ¿Qué te ha parecido? –Le pregunté a Clara.
-Pues la verdad no se por que me lees las tres últimas páginas de tu libro preferido sin motivo.
-Hemos de encontrar nuestro “yo” sin dividirlo en paralelos. –Le afirmo.
-Eso no tiene sentido Ali. –Clara cree que las historias de amor como esta solo ocurren en los libros.
-Claro que si, te estoy intentado decir que los libros a veces reflejan nuestros miedos de cerca y luego nos ayudan a enfrentarnos a ellos.
-¿Significa eso que vas a darle una oportunidad a Javier? –Se alegra mi amiga.
-En absoluto, estoy diciendo que cuando tenga que dispararle a un tío por su culpa, le daré una oportunidad, era por si no te había quedado claro que no quiero me conciertes más citas con él. ¡Buenas noches!
-¿Me has dado la brasa con tres paginas de algo que no entiendo solo por eso? Realmente estás chiflada, por cierto habéis quedado mañana a las cinco, acuérdate, buenas noches. –Y cuelga, genial, todo esto no ha servido de nada, quizás si le hago algo parecido a él me deja en paz… O algo al estilo, como dejar a un chico en diez días, ¡genial! Este será mi próximo plan.

Simplemente Alicia.