Todo pasa demasiado deprisa, hoy realizaré uno de
los pasos decisivos para entrar en el mundo adulto, visito las puertas abiertas
de la que será mi universidad. Me siento algo extraña, como en una especie de
limbo estudiantil, no iré a clase en todo el día pero en realidad acudiré a la
que será mi aula durante otros cuatro años más. Clara viene conmigo, anoche me
quedé a dormir para así dirigirnos ambas a la estación de manera directa. Allí
nos esperan Mónica y Javier, pero cuando llegamos advertimos que no está solo,
una chica le acompaña (la envidia recorre mi espina dorsal solo por un
momento). Pronto caigo en que conozco a la chica, es del mismo barrio que
Javier y también del mío, es rubia con el pelo corto y algo tonta, bueno vale,
muy tonta, de estas chicas que se pondrían un vestido con billetes de 500 euros
estampados en la tela y diría que el mismo Emidio Tucci los ha cosido a mano.
En fin, solo espero que la chica, que se llama Amanda, no vaya también al mismo
lugar que nosotros, pero lástima, como era de esperar también quiere ver la
Universidad, algo estúpido si tenemos en cuenta que quedan dos meses para
selectividad y tiene que recuperar nueve de doce asignaturas, pero bueno, “los
tontos hacen tonterías” como diría Forest Gump. Mientras todas estas ideas se
hacen hueco en mi cabeza, Clara ya está saludando a Javier, que mirándome con
cara de “la chica se me ha enganchado y ya no se con que disolvente
separármela” presenta Amanda a mi amiga Clara, la chica me dirige a mí una
sonrisa y yo se la devuelvo. Todos nos ponemos de camino para coger el tren.
Justo antes de acabar de bajar las escaleras hacia el andén, Carla, una
compañera de nuestra clase aparece con su novio. Por fin subimos al tren y comenzamos
una agradable conversación…
-Yo de ti no pondría las manos en las barandillas
Ali… -Empieza a decir Clara.
-Por esa regla de tres no pongas las manos en el
teclado de un ordenador, ni abras una taza del váter, ah, lleva cuidado con los
tenedores o cuchillos de los restaurantes…- Se mofa Javier.
-¿Y de las cucharas si? –Le interrogo yo
sarcástica.
-Vamos, todo el mundo sabe que la cuchara solo
sirve para las sopas, y nadie pide sopa en un restaurante. –Me aclara mi amiga.
-Ah. –Me limito a decir.
A todo esto, Carla y su novio se miran de manera
extraña, el parece no sonreír y ella parece absorber la risa por parte de los
dos. Amanda se ha acercado totalmente perdida preguntando si sabíamos donde
bajar y como acceder a la línea de metro que nos llevará a la universidad. La
tranquilizamos y nos bajamos en la parada correcta, para luego caminar hasta la
plaza de la Universidad.
Barcelona es grande, ancha, calles demasiado
largas y con mucho tránsito. Pero el novio de Carla no le tiene miedo a nada y
de repente cruza una calle con un semáforo en rojo ante la expectación de todos
nosotros. ¿Lo increíble? Los coches se paran y le dejan pasar.
Cuando por fin conseguimos llegar a la universidad,
sanos y salvos me asusto. Todo es muy espacioso, corro el terrible riesgo de
perderme el año que viene, pienso. Y entonces, de repente, sin saber como ni
porque Amanda se cae de un mini escalón. Emitiendo un “pom!” muy sonoro en todo
el patio, toda la gente se gira. Ella está en el suelo estirada de una manera
casi deforme que un mortal no sabría reproducir, y acto seguido dice “Jope,
siempre me caigo” con esa voz particular que tiene que parece que viva
eternamente con la nariz tapada. Javier se aleja y Clara y yo le seguimos,
Mónica viene por detrás y hemos perdido al chico suicida y a Carla de vista.
-Esto solo le puede pasar a ella, solo a ella… -
Dice Javier, que tiene un gran sentido del ridículo ajeno.
Nosotras no podemos aguantar la risa, no es ético,
ni tan siquiera de buena educación, pero con perdón… se ha dado una hostia DE
CAMPEONATO. Para desviar un poco la atención pregunto por Carla, pero nadie
sabe nada de ella.
Después de una breve charla y presentación, nos
dan paso a unos aperitivos y de repente, Carla y su novio vuelven a estar a
nuestro lado.
-¿Pero donde estabas? –Pregunta Mónica deseosa de
explicarle la gran caída…
-Me he ido a depilar. –Dice. Sí sí, tal como
suena. Se ha ido a depilar en medio de la visita. –Es que no tenía más horas…
-Vaya, que vida más ocupada. Yo me tiro horas
decidiendo cuando me paso por la esteticién que hay debajo de mi casa y tú
vienes hasta Barcelona para ver la UNI y te marchas para depilarte. Vivimos en
un mundo de opuestos. –Sentencia Mónica.
Pero cuando ya creemos que todo ha acabado y que
podemos irnos, la Universidad abre un pequeño cattering con desayuno. Veo a la
gente formar grandes colas para poder hacerse con un cacaolat y un croissant,
como si acabasen de llegar de la segunda guerra mundial, muertos de hambre.
-A ver quien es el primero que se tira el cacaolat
encima. –Ríe Javier.
Entonces, de la nada, Carla tiene todo el escote
empapado y hay un charco marrón en el suelo. Sí, se ha tirado el cacaolat
encima.
Decididos a salir corriendo del edificio y
regresar a la normalidad, que parece haber desaparecido desde que entramos a la
Universidad, cada uno se dirige a su destino. Javier, Clara, Mónica y yo
decidimos pasarnos por la Fnac a comprar unos libros. Las chicas vamos siempre
evitando las miradas de aquellos que dan publicidad o buscan gente para
contestar encuestas, pero Javier no, Javier siempre tiene tiempo para todo el
mundo. Y ¡zas! Unas tres amables señoras nos abordan para ver si podemos
realizar una encuesta de “un momento”. Por diferentes condiciones solo pueden
realizarlo Mónica y Javier. Entonces, las tres mujeres nos guían hacia el interior
de una recepción de hotel y cuando quiero darme cuenta, he perdido a Javier de
vista y la mujer que le acompañaba. Las otras dos nos adentran por unas
escaleras oscuras y muy sospechosas. El momento perfecto para meterle miedo a
Clara. Le guiño el ojo a Mónica y comenzamos la broma.
-Nena… esto está muy oscuro eh, mira que si es
todo una trampa y nos secuestran…-Comienzo yo.
-Calla Ali por favor. No deberíamos haber entrado.
-Oh no. Clara, no hay cobertura en ningún móvil,
nos van a cortar en trocitos y nos van a guardar dentro de la sala a la que
vamos, igual que el caso aquel de los chinos que metieron a dos clientas en un
congelador y luego las vendieron. –Dice Mónica. Yo la miro y disimuladamente
(yo no se disimular) le digo que se ha pasado tres pueblos, que hasta yo tengo
miedo.
Por fin acabamos las oscuras escaleras y accedemos
a una sala de lo más austera, con cuatro mesas rectangulares, sillas y un
ordenador en cada una. Definitivamente, una imagen un tanto espeluznante. Y ah,
no faltan tampoco las paredes repletas de armarios (donde irán nuestros
cuerpos). Tomamos asiento y Clara y yo nos miramos y comentamos que seguro que
nos ocupa poco tiempo y que son dos tonterías. Pero de eso nada. La mujer saca
un dossier de preguntas de unas 20 páginas, además de las preguntas adicionales
y todas las puntuaciones que tiene que dar. La encuesta va sobre todas las
marcas del mundo mundial de chicles y gominolas y los respectivos anuncios
televisivos. Al final, yo tengo la impresión de que la mujer hace la misma
pregunta de diferente manera como unas 50 veces. Clara y yo ya nos empezamos a
desesperar.
-¿Podéis callaros y estaros quietas? Me ponéis
nerviosa. –Dice firme la mujer.
Yo con cara de malas pulgas, le contesto que
estaba siendo un momento “muy largo”. Pero al final, cuando conseguimos acabar,
yo, incrédula de mí, confío en salir de allí con un par de bolsas de chicles o
algo por el estilo. Pero no. En vez de eso salimos con dos botellas de aceite
virgen extra.
-¿Has visto que bien? Ya verás que contenta se
pone mi madre cuando se lo lleve. ¡Aceite gratis!
-Y treinta y tres minutos de nuestro tiempo
perdido. –Acabo por decir yo.
-Buenos chicas, nuestros caminos se bifurcan, yo
me voy a comer con mi abuela, hasta mañana –Se despide Javier.
-Hasta mañana. –Repetimos las tres al unísono. Sí,
parecemos una secta.
Por fin parece que el día acaba, nos volvemos en
el tren, y me pongo a pensar en todo lo que nos ha pasado. Desde luego, no se
si los que estaban en la universidad o las mujeres de la encuesta se acordaran
de nosotros, pero os aseguro que yo no olvidaré el día que hemos tenido.
Al entrar en casa mi madre me saluda, pero yo solo
puedo ver todos los muebles cambiados de sitio, estanterías con las vidrieras
quitadas y una cama donde antes había un sofá… Pero eso es otra historia.
Simplemente Alicia.