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domingo, 6 de mayo de 2012

HORAS DE BIBLIOTECA (II)



- Y bien, ¿cual es tu pasado oscuro? – Oh por favor, llevaba media hora intentando concentrarme en mi examen de historia y no había manera.
-Se cree el ladrón que todos son de su condición.-Me limito a contestar.
-Vamos, todos hemos cometido un acto delictivo a lo largo de nuestra corta vida.-Afirma Javier.
-A ver... sí, creo que hace un par de años fingí no tener fiebre para poder asistir a un examen.- Digo para que se calle de una vez.
-Querrás decir que fingiste tener fiebre para no presentarte a un examen ¿no?
-¿A ti que te pasa, que además de pasado estás sordo o que?
-Eres increíble, entonces no se que echo te ha hecho crecer de una manera tan y tan grosera.-Me recrimina, está esperando que le contesté, que me enfurruñe, pobrecito, que distracción más absurda ha ido a escoger.
-Mira, puede que tu seas un genio intelectual (lo cual dudo con todas mis fuerzas) pero hay gente que necesita estudiar, así que cállate o ves a darle la lata a otra.

De repente se levanta y se marcha. ¿Realmente le he ofendido? Tampoco he dicho algo tan malo ¿no? ¡Que diantres! Él ha sido el que ha llegado aquí con su perfecta camisa de cuadros azules y su perfecta cazadora de color beige (¿que ser humano del género masculino utilizaba el color beige? ¿Y porque, si era el único que lo utilizaba, le tenía que quedar tan bien?) Y esos vaqueros claros, que resaltaban sus bonitos ojos verdes. Alicia, estás empezando a delirar, me digo a mi misma. No puedo seguir así, no he entrado en la fase tonta desde hace mucho tiempo, no voy a entrar ahora. ¿Por que hay tanto ruido en una biblioteca? ¿No se supone que se tiene que estar callado? Entonces me doy cuenta de que la única que habla, (consigo misma, lo cual es mucho peor) soy yo.  Hinco los codos de nuevo en el libro de historia y empiezo a releer otra vez la segunda guerra mundial. Pero la paz dura poco, de nuevo Javier aparece por la puerta, y lleva con él ¿una lata de coca-cola? ¿Que mosca le ha picado? Se acerca a la bibliotecaria que cuida la planta y se la entrega feliz. La pobre mujer, con cara de pocos amigos y cansada de no escuchar nada durante siete días seguidos no hace otra cosa que hacer caso omiso de él, coger la lata y guardársela en el bolso. Una imagen viene a mi cabeza, la de esa mujer de entre cuarenta y cinco y cincuenta años, esta noche frente al televisor, con su querido gato, un cuenco de palomitas y la lata de coca-cola de Javier, ni siquiera se ha molestado en añadirle un poco de vodka.

-Echo. –Él se ha vuelto a sentar frente a mí.
-¿Me puedes explicar que has echo?
-Lo que me has dicho, darle la lata a otra ¿no? –Se justifica.

Sin darnos cuenta se pasa el tiempo y es hora de que cierren la biblioteca, son las ocho y cuarto y ya hacen sonar esa musiquita que me pone tan nerviosa, ese aviso de “márchate.” Javier empieza a recoger.

-Siéntate. –Le ordeno.
-A ver si te aclaras eh... ahora que me vaya ahora que me quede... si al final voy a tener razón y no puedes vivir sin mí...
-¿Te quieres callar? Ya es suficiente con esta horrible música. –Le digo.
-Es que es la hora de cerrar. –Me contesta él.
-¿Que hora es? –Pregunto.
-Pues las ocho y cuarto. –Dice consultando su reloj.
-Cierran a y media, de aquí no me voy hasta que sea esa hora. –Acaban de apagar las luces, lo meto todo en mi bolso y me siento de brazos cruzados.
-¿Y me puedes explicar que haces ahora?¿Contemplar la oscuridad?
-Espero, a que se haga la hora de cerrar, la luz del día es tenue pero todavía soy capaz de ver, no es para tanto, estamos casi en verano. – A y veintiocho a la bibliotecaria ya no le quedan uñas que morderse ni grapadoras o lápices que llevarse, me lanza una mirada furtiva, consulto yo el reloj esta vez y decido que es hora de marcharme. –Vamos. –Le digo a Javier.
-He descubierto tu pasado, presente  y futuro oscuro. –Me dice triunfante.
-Ilumíname. -Le digo sarcástica.
-Tu afición es tocar las narices sin tener ningún fin. –Dice con una sonrisa en la cara.


Simplemente Alicia.

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